A continuación adjunto el relato a partir de una foto de uno de nuestros compañeros.
El relato en esencia se encuentra al final, el último gran párrafo. Lo previo es tan solo una introducción, para darle un poco de emoción a la propia descripción:
FOTOGRAFÍAME EL PASADO
- ¿Estás preparado? – Dijo Ana desde el otro lado del biombo
- ¡Sí! Pero…¿y tú? – Preguntó Carlos, delante de la cámara de fotos,
inmóvil.
- Sí, voy, ¡ya me queda nada!
Esas fueron las últimas
palabras que salieron de su boca antes de aparecer desde el cambiador, justo
detrás del biombo con una foto de Nueva York de los años 20; de esas que
aparecen partidas en tantas fotos como hojas tenga el separador.
- Perdona, pero acabo de llegar de clase y la cosa se me ha complicado
un poco
- No pasa nada, si mis prisas son por ti, porque te veo agobiada y me
agobias a mi pensando que no llego yo tampoco y, ¡es que soy yo el que no tiene
que llegar a ningún lado porque ya está donde tiene que estar! No sé si me
explico...
- Bueno, te entiendo por los años que llevamos juntos, no por tu
facilidad de palabra, cariño.
- Bien, pues si no te molesta, vamos a trabajar por favor.
- ¡Claro! Para eso hemos venido aquí.
Ella, sirviéndose un café de
cápsulas, tiene el tiempo justo para poner el último disco de Art Tylor antes
de que la magia de George Clooney haga rebosar la taza sin que nadie vigile.
- ¿Y qué es lo que tenemos para hoy? – Pregunta el fotógrafo mientras
retoca luces.
- La improvisación del mes
- ¡Me encanta este trabajo!
- ¿Coloco la foto entonces?
- Sí, sí, sin miedo.
- ¡Muy bien!
Mientras suena la trompeta que
acompaña el groove de Tylor, Carlos comienza a soñar…
- ¡Dios, creo que lo tengo! Aparecen, tras las puertas de quirófano, tres
médicos, dos enfermeras y un señor con un megáfono. Todos de verde excepto el
último, de amarillo miope, que va anunciando a bombo y platillo: “48 cm de longitud, dos kilos ochocientos
gramos, dos manos, dos pies y ¡pendientes! ¡Nació con pendientes! Por favor,
¿quién de los aquí presentes esperaba unos pendientes?”.
Desde el momento en que la familia del niño contrabajista que estaba
en el pasillo levantó la mano, un gran foco de luz les acompaña desde vete tú a
saber dónde. Pero muy brillante.
Le acompañó la fortuna en la infancia, ya que en las competiciones de
imaginación nadie le ganaba, excepto su amiga imaginaria, con la que se
enfadaba a menudo (todos creemos que fue eso lo que convenció al jurado).
Digamos que su media infancia transcurrió como la de cualquier niño
normal, dando conciertos de arpa y serrucho, llenando teatros y escenarios de
medio mundo mientras enseñaba a sus abuelos a leer en los descansos.
De vez en cuando recibía alguna llamada estresante desde la sala de
lactancia, donde el teléfono rojo ardía junto a pezoneras por estrenar a la
hora de la siesta. Mientras, los padres de las criaturas mataban su tiempo y
gastaban el de sus hijos jugándose la vida a la ruleta rusa con balas de goma para ver a quién le tocaba dormir a los pequeños en un centro comercial.
Pero, cuando de verdad sentó las bases de lo que es, fue hace un par
de años, en el congreso que daba en Munich sobre Motivación Emocional, donde le
regalaron la matrícula de sus quintos estudios universitarios gracias a su
excelente ponencia. Desde ese día, es otra. Ha dejado sus éxitos musicales, el
mundo de la moda y la columna en el dominical debido a su ajetreada vida entre
la facultad y su estudio de fotografía, donde descompone vidas ajenas con el
único propósito de enmendar los errores del pasado. ¿O me equivoco, Anita?
En ese momento Carlos lanzó la
más poderosa de sus miradas cargada de fuego y complicidad, sabiendo a ciencia
cierta que la persona de la fotografía era quien tenía justo en frente.
- No, no te equivocas, sólo quería saber si no habías perdido facultades,
que me tienes un poco preocupada.
- Como podrás comprobar, sigo dando en el clavo, así que dejemos de
fotografiar tu pasado, que a este paso, lo vamos a velar.