La dulce brisa es tan fuerte que me rompe los sentidos casi ciegos.
Las mudas calles almacenan las historias, tan gritonas, que nunca se
cuentan igual. Y tú… tú estás tan lejos que eso es lo que me hace disfrutar.
Bueno, eso y la opinión del sulfuroso mariscal, que nunca le gustó esto.
La suave temperatura a la que mi áspero cuerpo empieza a funcionar es
justo a la que este silencioso pueblo empieza a arder. Parece como si llevara
banda sonora. Como si todos los olorosos pescadores de sueños que veo,
estuvieran puestos para mi.
A mi espalda, salada por el mar, luce el frío techo del mundo rascando
la brillante barriga de las nubes descompuestas por el viento raso, fruto de
las idas y venidas, antojo de la sabrosa climatología, orgullo de la amarga
presión. Lugar desde donde se ve romper las olas, tan picantes, que el mar
empieza a quemar a ritmo de Harper.
El mar irradia felicidad. La montaña se la roba, y en el medio yo.
Este es el ronco ritmo de aquí.
Este es mi ciclo vital.
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