Yo mismo
empezaba a sospechar de mi vecina días antes de verme así como me veo.
Pareciera como si acabara de despegar en un viaje astral, donde abandono mi
cuerpo para empezar a sentir experiencias surrealistas. No le quise abrir la
puerta cuando venía de comprar porque yo iba más cargado que ella y no estaba
por la labor de retroceder mis pasos cargado con las cajas de vasos y platos que
acababa de comprar, pero claro, no me imaginaba que ella fuera tan rencorosa y
lo pagase de esta manera.
Todavía soy
capaz de recordar sus tacones alejándose por el salón hacia la entrada,
guardando el pela-patatas y el pimentero en su bolso de retales mientras
limpiaba los restos de sangre con un pañito de ganchillo que cogió del brazo
derecho de mi sofá. Justo debajo del mando a distancia.
He de decir
que el método utilizado en mi propio asesinato me entusiasmó. Jamás imaginé que
dos utensilios de cocina, aparentemente incompatibles, funcionarían tan bien y
sobre todo tan bien conjugados como ella lo supo hacer. ¡Qué creatividad!.
La policía
entro barriendo todo a su paso. Incluso el fiscal se atrevió a guardarme unos
calzoncillos que se me habían caído camino del tendedero, justo cuando me “salpimentaron”,
mientras decía con desesperación:
- ¡Jesús, qué desorden!
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