domingo, 24 de marzo de 2013

Ejercicio clase. Muerte.


Yo mismo empezaba a sospechar de mi vecina días antes de verme así como me veo. Pareciera como si acabara de despegar en un viaje astral, donde abandono mi cuerpo para empezar a sentir experiencias surrealistas. No le quise abrir la puerta cuando venía de comprar porque yo iba más cargado que ella y no estaba por la labor de retroceder mis pasos cargado con las cajas de vasos y platos que acababa de comprar, pero claro, no me imaginaba que ella fuera tan rencorosa y lo pagase de esta manera.
Todavía soy capaz de recordar sus tacones alejándose por el salón hacia la entrada, guardando el pela-patatas y el pimentero en su bolso de retales mientras limpiaba los restos de sangre con un pañito de ganchillo que cogió del brazo derecho de mi sofá. Justo debajo del mando a distancia.
He de decir que el método utilizado en mi propio asesinato me entusiasmó. Jamás imaginé que dos utensilios de cocina, aparentemente incompatibles, funcionarían tan bien y sobre todo tan bien conjugados como ella lo supo hacer. ¡Qué creatividad!.
La policía entro barriendo todo a su paso. Incluso el fiscal se atrevió a guardarme unos calzoncillos que se me habían caído camino del tendedero, justo cuando me “salpimentaron”, mientras decía con desesperación:
- ¡Jesús, qué desorden!

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